Matalascañas - Chipiona. Domingo 31 Julio 2005Amanece en el mar de chalés y yo surco las calles en mi bicicleta como montado en una barca. La gente se apresura a la playa a horas en las que no se me ocurriría. El sol abrasa pero yo sólo espero el lento retroceso del agua. Hay que hacer tiempo hasta el inicio de la tarde y una siesta a buena sombra es la mejor opción.
La marea baja es a las 17:45 y la playa del Coto Doñana tiene 30 kilómetros. 30km que pueden ser 3 horas de travesía a buen ritmo o 6 horas si la bici cargada hasta arriba como está no avanzara como quiero. Me reservo un margen de hora y media antes de dicha hora. Así, a las 16:00 ordeno mis cosas, aseguro todo y parto hacia la playa.
Es mítica la hilera de troncos enterados que desde tierra se adentra en la orilla de la playa. Divide Matalascañas de Doñana y es el punto donde comienza la travesía por el litoral más virgen de toda Andalucía. Comienzo torpemente a rodar por la arena mojada, todavía no se ha despejado el camino de agua. Pronto me doy cuenta que al menos a 10 km la hora se puede avanzar aunque con mucho esfuerzo. A medida que me voy adentrando van desapareciendo las sombrillas pero todavía me encuentro alguna cara de sorpresa al verme. Más de uno se imagina que voy camino de Sanlucar. A lo lejos, muy a lo lejos casi como un espejismo se ve el otro lado de la civilización. Creo que es Sanlucar de Barrameda y Chipiona y a la derecha del todo la silueta de un faro.
A pocos kilómetros de salir me encuentro con una torre almenada muy parecida a la que hay en la playa de Isla Canela en Ayamonte. Cuando estaba en el colegio me contaron que antiguamente decenas de estas torres delimitaban el litoral de toda la costa andaluza.
Un descanso, una mirada al mar, otra a tierra al mar de dunas y parece que esté a cientos de años antes de hoy. Sólo la acumulación de residuos que arrastra el mar a pocos metros de las dunas, donde adentran las olas de grandes mareas, me hace volver a la realidad. Dicen que el mar lo devuelve todo.
Hacía muchos años que no pedaleaba por la orilla de la playa con una bici, sobre todo por el esfuerzo adicional que exige. Al principio opté por coger por la zona más alejada de la orilla que es la que está más seca y por lo tanto más firme en teoría, pero al tener una ligera inclinación las ruedas tienen a atrancarse con más facilidad, así que por último he terminado por coger por la orilla muy cerca del agua y
parece que la arena mojada aguanta bastante bien. El problema de coger por la orilla es que de vez en cuando las olas entran y
se llena la bici de agua salada, o te encuentras con zonas en las que no hay consistencia y te tienes que parar y andar un buen rato. De todas maneras yo estoy feliz, este es mi sueño desde hace semanas y lo estoy consiguiendo. Aqui estoy como en otro mundo en medio de la nada en un sitio que todavía no ha tocado el hombre.
En mitad del camino me cruzo con un pescador. Una caña y su bici al lado. Con lo que estoy sufriendo para avanzar me sorprende ver como ese hombre está pescando en medio de la nada. Me paro a hablar con él y me comenta que debería aligerar el paso si quiero coger la última barcaza para cruzar el Guadalquivir antes de las 18:00. 45 minutos me quedan para cubrir la otra mitad de la playa, imposible, pienso para mí. Pero sigo mi camino, y si hace falta me quedo a dormir en la playa hasta mañana. Ahora que lo pienso, este pescador tiene que venir de Matalascañas o de otro sitio cercano.
Ni jabalís ni nada parecido, gaviotas, la playa está llena de gaviotas. Y un cuervo, me cruzo con él cada kilómetro. Está ahí en las dunas parado y mirando al mar como si fuera el portero de un local, de su local, Doñana.
Todo lo bueno se acaba y cuando ya le tenía cogido el truco a rodar por la playa empiezo a divisar más pescadores de caña, y alguna familia disfrutando de un buen baño. La desembocadura tiene que estar ahí al lado y esta gente se habrá acercado andando hasta aquí a disfrutar de más tranquilidad.
Al llegar al
final de la gran curva veo que aún está la barcaza que me llevará
al otro lado del río. El pescador que me encontré en medio de la nada se había equivocado y hasta las 21:00 hay transporte. Unos minutos más con la vista atrás y mirada al frente. Mañana estaré en otro sitio lejos de aquí. El mito que he creado alrededor de este momento durante meses, mientras preparaba este viaje, se acaba.
Cualquier día volveré y me vengaré del de la barcaza. 10 Euros por cruzar con mi bici. Sin palabras.
Sanlucar está de feria así que aprovecho para recuperar fuerzas con un piñonate, una de mis golosinas preferidas. Aquí no hay dieta ni anuncios de madrugada, el cuerpo está cansado y me comería cualquier cosa sin pensármelo. Pero hay que ir pensando en descansar y la tarde se está cerrando. Sanlucar no me llega y prefiero seguir camino. Me recuerda a una mezcla entre Canela e Isla Cristina. Chipiona está cerca y en el mapa aparece en el extremo de la desembocadura. Ahora que lo pienso, allí tiene que estar el faro que se veía a la derecha del todo cuando cruzaba por Doñana.
Chipiona tiene unas vistas preciosas. Te sientas a tomar algo en el paseo marítimo y puedes disfrutar de toda la costa de Huelva. Los recuerdos del camping a las afueras de Chipiona se pueden borrar. Pegado a la carretera y con unos búhos hijos de… que se llevan toda la noche “buhando”. En otra ocasión me hubieran parecido exóticos e incluso agradables. Pero mi cuerpo cansado hace el trabajo por mí y caigo en sueños rápidamente.
Me siento feliz, muy feliz, pero no tengo a nadie a quien abrazar para contárselo.